Despertarme así…
Con tus ataques por la espalda
y pasar luego,
toda la mañana del sábado o del domingo
juntos,
metidos debajo del edredón.
Con el roce de nuestros cuerpos desnudos,
haciendo de todo un poco,
apeteciéndonos.
Aquella casa blanca y verde del final de la calle
Nuestra habitación estaba revuelta,
la puerta de la terraza abierta…
Y corría la brisa sobre nuestra cama
de sábanas blancas y cabecero de metal.
Era de día,
tu cuerpo sobre el mío hacía el amor con la fuerza de un huracán.
Mis manos se agarraban a los barrotes del cabecero
y mis piernas, que también estaban muy abiertas, no paraban de gemir,
el choque profundo de tu pene
empujaba hasta más allá de la pared…
Tu boca contenía un beso en el aire
pero mi boca te pedía más,
más aire de la tuya.
Me mirabas a los ojos, como si ellos también penetrasen mi mente.
Tus besos eran agujeros en el espacio que me devoraban en su interior.
Gravitábamos en el placer de un sexo brutal.
Un sexo que llevaba años escondido detrás de un cabecero de metal.