Lucho, el señor de la tienda

Lucho, el señor de la tienda

Me agradaba saber que al vecino yo le pareciera bonita. Decía que esperaría a que fuera mayor de edad para demostrarme lo mucho que yo le gustaba.

Lucho era en ese tiempo un señor ya mayor. (Es importante anotar que siempre me han llamado la atención las personas maduras). Él muy aseado, delgado pero con panza, blanco y de cabello casi rubio.
-Buenos días don Lucho, ¿hay pan? El que me gusta, ya sabe.
-Hola nena, qué bonita estás, como siempre. Me enteré que la semana pasada cumpliste años. ¡Ya puedes votar!
-Síííí. El lunes cumplí 18 años.
-¡Ven para acá! Te ganaste un abrazo, preciosa. Ahora ya eres toda una mujercita, bueno ya lo parecías.
Me acerqué  y me estrujó tan fuerte que me alzó. Esa mañana llevaba leggins y top ajustado de tiritas. Mi figura se marcaba fácilmente.
-Felicitaciones, preciosa.
Al cargarme sentí su pene sobre mi vagina. Sentí como a propósito me aventaba sus caderas hacia mi delgado cuerpo. Me encantaba su loción.
Así apretada como me tenía me besó en el cuello cerca de la oreja.
-Te conozco desde hace 6 años, y déjame decirte que estás más bonita que nunca.

Ese beso había provocado una sensación de locura en todo mi cuerpo y había logrado comenzar a mojarme después de la tremenda punteada que me pegó.

-Ay, don Lucho, me hace cosquillas.
-Acaso, ¿te chocó mi abrazo?
-Me gustó. Usted sabe que es mi amigo y lo aprecio
-Gracias, muñeca.

Acercó su mano en mi cintura y me miró sonriendo para ver mi reacción. Yo le lancé una sonrisa de picardía. Apoyó la otra mano y empezó a subir y bajar por mis piernas.
-Me hace cosquillas.
Lo dije sonriendo.

-¡JaJaJa! Eres muy cosquillosa.
Continuó provocándome cosquillas y me revolcaba. Entre tanto manoteo sentí como acercó su mano por mi panocha, disimuladamente de atrás hacia adelante. Eso me había hecho estremecer. Sabía que lo había vuelto loco.

-Me dan muchas cosquillas o algo siento extraño.
-¿En donde, preciosa? ¿Te lastimé?
Dijo queriendo parecer atento.
-No sé. Aquí sentí raro.
Dije señalando mi vagina y lo miré.
-¿Segura que ahí?
-Sí. Ahí sentí como un calambre raro.
Dije haciéndome la inocente
-¿Te puedo sobar?
Dijo con una mirada tierna y mostrándome la palma de su mano.
Moví la cabeza diciéndole que sí.

Puso su mano sobre mi vagina a y empezó a sobarla de adentro hacia afuera con toda la palma, muy suavemente. La medio rosaba.
-¡Ay! Lo sigo sintiendo
-Tranquila, hermosa. Ahorita se te va el dolorcito

Siguió tocándome hasta que pude sentirme increíblemente mojada. Solo pensaba en que él me masturbara como era costumbre que yo lo hiciera.

-Nena, ¿qué sientes? ¿Te lastimo?

Don Lucho pensaba que yo ignoraba el hecho que él me estuviera  manoseando. Un hombre de 50 años aproximadamente, sobándole la vagina a una chica de 18 años. Notaba cómo lo disfrutaba y me gustaba saberlo, porque yo también lo disfrutaba y mucho. 

-Ya se me está pasando el dolorcito.
-¡Qué bueno, nena! Creo que estás un poco hinchadita de tus labiecitos, se sienten muy rico.
-¡Don Lucho!
-Mi vida, no le vayas a contar a nadie sobre esto ¿eh? Un señor de mi edad no debería...
-¿Sobarle la panochita a una chica? 
Dije interrumpiéndolo.

Se me quedó mirando sorprendido y lo sonreí.

-No se preocupe, don Lucho.
Mañana vendré de nuevo por mi pan.
Me deja uno como siempre.

Le sonreía muy inocente y él convencido y loco por mi, sonrió también.

-Te espero mañana, nena.

Me fui en el momento indicado porque al salir de la tienda venía entrando una viejecita. Llegando a mi casa lo que hice fue masturbarme con el recuerdo de lo que había hecho don Lucho conmigo. Me encantaba sentirme usada de esa forma. 

Al día siguiente regresé a la tienda pero desde entonces, usaba falda y tanga ligera para dejar que me pudiera masturbar con facilidad.

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